Argentina se posiciona como uno de los principales productores y exportadores de cultivos extensivos a nivel global. Los cultivos de gruesa, principalmente el maíz, la soja y el girasol, son fundamentales para la producción nacional, ya que explican una porción central de la producción agrícola y del ingreso de divisas, no solo por el volumen de grano producido, sino también por su aporte exportador (considerando granos y subproductos) (Andrade et al., 2023).
En la campaña 2024/25, los reportes de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires muestran para la soja una superficie sembrada de 18.4 Mha, un rendimiento promedio nacional de 29.7 qq/ha y una producción estimada de 50.3 Mt, con un aporte por exportaciones del complejo sojero del orden de USD 19.173 millones. Además, se destaca una suba de la superficie producida frente al promedio de las últimas 5 campañas en un 10%, junto con un rinde levemente superior a la campaña previa (29.7 versus 28.6 qq/ha).
Por su parte, en maíz, el cierre 2024/25 estima 7.1 Mha sembradas y una producción de 49 Mt, con exportaciones estimadas en torno a USD 6.974 millones. El rendimiento promedio, en el caso del maíz, fue de 71.8 qq/ha, cercano a los rendimientos de las últimas campañas. Para girasol, el cierre 2024/25 reporta 2.05 Mha sembradas, 23.4 qq/ha de rinde promedio y 4.7 Mt de producción, con un aporte estimado de USD 1.521 millones por exportaciones del complejo girasolero (BCBA, 2025).
Pese a la relevancia de nuestro país como productor de soja, maíz y girasol, los valores de rendimiento alcanzados se encuentran muy lejos de los rindes potenciales. Si se tiene en cuenta el concepto de “brecha de rendimiento”, definida como la diferencia entre el rendimiento potencial alcanzable bajo limitación hídrica (agricultura en secano) y el rendimiento realmente alcanzado por los productores, se debe mencionar que la misma alcanza un valor de 41% para el maíz, 34% para el girasol y 32% para la soja (Aramburu Merlos, Monzón, 2015).
Reducir esta brecha constituye un desafío y una oportunidad para el sector agropecuario argentino. Para lograrlo, es necesario intensificar los sistemas de producción, mejorando variables de manejo como rotaciones y fechas de siembra, implementando de estrategias para reducir la compactación de los suelos y considerando un aumento significativo en el uso de fertilizantes. Esto es clave para mejorar el manejo nutricional de los suelos agrícolas y, consecuentemente, para alcanzar una provisión adecuada y balanceada de nutrientes (Monzón, 2021). En este contexto, la nutrición con micronutrientes ha cobrado gran relevancia y se ha vuelto una herramienta fundamental para potenciar tanto el rendimiento y como la calidad del grano cosechado, necesario para apalancar el cierre de las brechas mencionadas (Andrade et al., 2023).
Uno de los micronutrientes que se ha comenzado a incorporar en las estrategias de fertilización que buscan una nutrición completa y balanceada es el boro (B). Este es esencial, lo que implica que las concentraciones requeridas en el tejido vegetal son muy bajas, del orden de miligramos por kilogramo (Kirkby, Römheld, 2007). A modo de ejemplo, el girasol necesita apenas 70 gramos de boro por hectárea (g/ha) para producir una tonelada de grano. Sin embargo, su importancia en la fisiología del cultivo es fundamental, ya que participa de procesos críticos ligados al crecimiento y la reproducción (Kirkby, Römheld, 2007).
Dentro de las funciones esenciales del boro, se encuentran:
1.Integridad y formación de la pared celular: es un componente fundamental de la pared celular ya que permite que esta estructura mantenga su integridad química y física, abonando a su crecimiento. Cuando el boro es insuficiente, la pared celular puede volverse porosa e incluso rígida, restringiendo la expansión celular, base del crecimiento (Brown, s.f.).
2.Procesos reproductivos: es indispensable para la formación del polen y la germinación del tubo polínico. La deficiencia de boro inhibe los tejidos de crecimiento, especialmente en estas estructuras reproductivas, impactando en la retención de flores y el cuajado de granos (Brown, s.f.).
3.Metabolismo y transporte de carbohidratos: participa en el metabolismo de carbohidratos y el transporte de azúcares a través de las membranas celulares (Kirkby, Römheld, 2007).
4.Sinergias nutricionales: el boro se interrelaciona fuertemente con otros nutrientes, siendo requerido para que las plantas metabolicen adecuadamente el calcio (Ca) e impacta en la incorporación de fósforo (P) a las células. Además, es esencial para el desarrollo de los nódulos radiculares y la fijación biológica de nitrógeno (FBN) en leguminosas (Ventimiglia, 2020).
Un punto para tener en cuenta respecto del boro es que se caracteriza por ser un elemento de poca movilidad en la mayoría de los cultivos. Se mueve principalmente a través del xilema y tiene un transporte prácticamente nulo por floema (Brown, s.f.). Esto obliga a asegurar una oferta continua desde el suelo y con refuerzos foliares, para evitar deficiencias en las zonas de nuevo crecimiento, permitiendo sostener tejidos nuevos y estructuras reproductivas.
Para diagnosticar deficiencias de B en el suelo, se debe considerar como valor crítico el rango de 0.3 a 0.5 ppm. Con concentraciones menores a estos valores, es probable que encontremos síntomas de deficiencia en los cultivos y, por lo tanto, respuesta a la aplicación de B. Se debe tener en cuenta que el B es altamente soluble y se mueve en el suelo con el flujo de agua. Por ello, los suelos con baja retención hídrica son más propensos a tener deficiencias por lixiviación. Esta situación se agrava en suelos de textura gruesa con bajo contenido de materia orgánica (MO), ya que la MO constituye el reservorio principal de B en muchos suelos agrícolas (Brown, s.f.).
Los síntomas típicos de deficiencia de B son una elongación anormal o retardada de los puntos de crecimiento, lo que genera que las hojas pierdan su forma, se arruguen y engrosen. Tanto hojas como tallos se vuelven quebradizos debido a la degradación de la pared celular. En cuanto al efecto en las estructuras reproductivas, la carencia de B disminuye la formación de polen y afecta la germinación del tubo polínico, por lo que se generan flores estériles e inflorescencias irregulares (Ventimiglia, 2020).
El girasol es uno de los cultivos más sensibles a esta deficiencia. Los síntomas incluyen fallas en el desarrollo y expansión de cotiledones, hojas pequeñas y deformadas, rotura de tallos, mal llenado de granos y la caída de los capítulos, de gran incidencia en el rendimiento por pérdida de la estructura reproductiva completa. En soja, el B juega un rol decisivo durante la etapa reproductiva, su deficiencia inhibe la retención floral y el cuajado de vainas (Ventimiglia, 2020). En maíz, la deficiencia puede generar clorosis en hojas viejas y también clorosis o enrojecimiento en las hojas nuevas (Sainz Rozas, 2021).
La disminución en la disponibilidad de nutrientes en los suelos de la Región Pampeana se ha revelado como un factor que limita el rendimiento y la calidad de los granos. El aumento en las tasas de extracción de nutrientes ha superado el aporte por parte de la fertilización tanto con macro como micronutrientes, lo cual indica un empobrecimiento del suelo y pone de manifiesto que las aplicaciones actuales no son suficientes para alcanzar niveles de rinde mayores (Monzón, 2021; Ventimiglia, 2020). En este contexto, la aplicación de boro es esencial para maximizar los rendimientos de los cultivos de gruesa (Melgar, 2005), especialmente en situaciones donde las condiciones de alta temperatura y déficit hídrico minimizan la provisión de B, lo que potencia la respuesta especialmente a las aplicaciones foliares.
En el caso del girasol, se ha estimado que cerca del 80% del área cultivada con este cultivo en la Región Pampeana es deficitaria en B. Como hemos dicho, este es uno de los cultivos más sensibles a la deficiencia de B. Se han encontrado respuestas de hasta 30% de rendimiento a aplicaciones foliares. La recomendación en cuanto al momento de aplicación es en pre-botón floral. En maíz, también se han obtenido incrementos significativos de rendimiento por aplicaciones foliares en estadios vegetativos avanzados, especialmente cuando los requerimientos de N y P han sido cubiertos. (Melgar, 2005). Para el caso de la soja, se han reportado respuestas a la aplicación foliar en inicio de período crítico de hasta 19% en rendimiento, para zonas de suelos arenosos (Ferraris et al., 2005), mientras que para localidades como Pergamino se hallaron respuestas de hasta 15% para soja de primera y 13% para soja de segunda (Ferraris et al., 2007).
Se debe mencionar que la fertilización foliar es clave para la aplicación de micronutrientes. Por un lado, se aplican bajas concentraciones, que resultan suficientes para generar respuesta teniendo en cuenta que los requerimientos de micronutrientes son reducidos en cuanto a volumen. Además, se evita la interacción con el suelo, evitando posibles procesos de adsorción o retención y maximizando la eficiencia de uso del nutriente.
Para el caso del B, las aplicaciones foliares resultan una herramienta estratégica, especialmente si se tiene en cuenta que el B posee una escasa movilidad en los cultivos (Melgar, 2005). Las principales ventajas responden a la posibilidad de obtener una respuesta rápida a la aplicación y a la capacidad de suministrar el nutriente en etapas críticas. La respuesta metabólica a la aplicación foliar es casi inmediata, por lo que permite corregir deficiencias rápidamente luego de su diagnóstico. Además, permite aplicar el nutriente en los momentos de demanda específica, previo a inicio de período crítico, lo que maximiza la respuesta. También se debe considerar que la aplicación foliar es una alternativa fundamental cuando la absorción radicular se ve comprometida por condiciones del suelo, como sequía, encharcamientos o temperaturas extremas (Melgar, 2005).
En Amauta nos enfocamos en implementar estrategias de nutrición balanceada que permitan maximizar los rindes alcanzados. Dentro de nuestra propuesta para cultivos de gruesa, contamos con una solución foliar enfocada en el aporte de Boro: MicroquelAmin Cuaje. Este es un fertilizante especialmente diseñado para potenciar el cuajado de granos. Aporta 8% de B, 2% de Molibdeno (Mo) y 30% de P2O5. Como ya hemos desarrollado, el Boro es fundamental para la etapa de floración, cuajado y desarrollo de los granos. En cuanto al Mo, permite mejorar el aprovechamiento del Nitrógeno por parte del cultivo. Por su parte, el Fósforo resulta fundamental para la fertilidad de los botones florales.
Además, Cuaje combina el aporte de estos nutrientes con aminoácidos, que eficientizan el uso de los nutrientes aplicados. De esta forma, se logra un aporte balanceado que optimiza el cuajado de los granos, potenciando el número y crecimiento de estos y mejora la condición nutricional, permitiendo una removilización de azúcares hacia los puntos de alta demanda energética.
En los distintos ensayos que hemos realizado para evaluar la aplicación de Cuaje en cultivos de gruesa, hemos encontrado respuestas en rendimiento que posicionan esta solución foliar como una herramienta clave para potenciar los rindes de los cultivos. En la campaña 2021-2022, junto al INTA, se realizó en Balcarce, Buenos Aires, un ensayo de este producto aplicado en girasol. Se evaluó la aplicación de 1.5kg/ha de Cuaje en V9, comparando este tratamiento versus un testigo control sin aplicación del producto. Al momento de la cosecha, se obtuvo una respuesta en rendimiento de 270kg/ha de girasol por encima del control. En la Figura 1 se observan los resultados del ensayo.
Figura 1. Ensayo MicroquelAmin Cuaje.
En conclusión, en un contexto donde los cultivos de gruesa sostienen buena parte del volumen de producción del país, potenciar los rendimientos exige enfocar la nutrición de manera integral. No alcanza con cubrir N y P, si el cultivo llega a sus etapas críticas con micronutrientes limitantes. Se ha evidenciado que las estrategias actuales de fertilización son insuficientes y desbalanceadas, lo que ha generado una acelerada degradación de los suelos agrícolas y una marcada pérdida de rindes potenciales. Por ello, en Amauta estamos convencidos que enfocarnos en una nutrición balanceada, basada en el diagnóstico e integrada a las distintas decisiones de manejo agronómico, es la mejor herramienta para potenciar la productividad de los cultivos.
Andrade, J. P. et al. (2023). Evaluación de la productividad agrícola en Argentina: brechas de rendimiento en maíz, soja, trigo y girasol.
Aramburu Merlos, F. y Monzón J. P. (2015). Brechas de rendimiento en Argentina.
Bolsa de Cereales de Buenos Aires (2025). Informe cierre de campaña Girasol 2024/2025.
Bolsa de Cereales de Buenos Aires (2025). Informe cierre de campaña Maíz 2024/2025.
Bolsa de Cereales de Buenos Aires (2025). Informe cierre de campaña Soja 2024/2025.
Brown, P. H. (s.f.). Revista New Ag International: entrevista con el Dr. Patrick H. Brown, Universidad de California, Davis, Estados Unidos.
Ferraris, G. N. et al. (2005). La fertilización foliar con boro en soja en la región núcleo.
Ferraris, G. N. et al. (2007). Aplicación foliar de boro en soja: resultados en Pergamino.
Kirkby, E. A. y V. Römheld (2007). Micronutrientes en la fisiología de las plantas: funciones, absorción y movilidad.
Melgar, R. (2005). Aplicación foliar de micronutrientes.
Monzón, J. P. (2021). De brechas de rendimiento a brechas de nutrientes: diagnóstico para Argentina.
Sainz Rozas, H. (2021). Micronutrientes.
Ventimiglia, L. (2020). Fertilización de maíz y soja: los micronutrientes también importan.